La espía roja
La espía roja

Dirigida por

Trevor Nunn

Año

2018

Etiquetas

1940 | Teléfono

Relación con las Telecomunicaciones

Situación: Los dos diseños de Giles Gilbert Scott para la cabina telefónica inglesa, modelos K2 y K6.

La espía roja: la cabina roja

El conocido director teatral londinense Trevor Nunn dirige para la gran pantalla un guion de Lindsay Shapero que adapta la novela 'Red Joan' de Jennie Rooney inspirada en la historia real de Melita Norwood. Según una nota del director, la película es una historia a pequeña escala sobre un tema de enormes dimensiones: ¿traidora o heroína?

Para el multipremiado director teatral, el potencial cinematográfico de la novela fue evidente desde el primer momento en que le echó el ojo a su cubierta cuando curioseaba en una librería. Consideró que se trataba de una obra realmente absorbente: "Hoy en día, cuando llegas al final de un libro, suele aparecer no sólo una reseña biográfica sobre el autor sino también una dirección de correo electrónico para enviar tus comentarios. Yo la empleé y puse: 'no me cabe la menor duda de que los derechos de adaptación cinematográfica no están disponibles desde hace tiempo, pero claramente este libro debería ser una película'. Casi al instante recibí un correo de respuesta de parte de la escritora Jennie Rooney que decía: 'al contrario, los derechos de adaptación siguen disponibles y no se me ocurre una idea más fascinante'."

La novela de Rooney, aun siendo de ficción, estaba inspirada en la extraordinaria y controvertida historia real de Melita Norwood, una secretaria y funcionaria pública británica que reveló secretos a los rusos durante cuatro décadas, gracias a su puesto de trabajo en unas instalaciones en las que se investigaba para la creación de la bomba atómica.

Joan se nos presenta con ochenta y pocos años, en el año 2000, disfrutando de su tiempo libre en su apacible casa de las afueras, cuando de repente aparece el MI5, la detienen, la sacan de su casa y se la llevan para interrogarla. Resulta que Joan había ido a Cambridge con un hombre llamado Sir William Mitchell, fallecido recientemente y que, según creen, podría haber formado parte del Círculo de Espías de Cambridge. Creen haber encontrado una conexión entre Joan, William y el KGB.

El interrogatorio de la anciana Joan da a conocer la historia de la joven Joan.

Primero como estudiante de Cambridge en 1938...


y después en 1947 como científica del ultrasecreto Proyecto Tube Alloys,


un proyecto que investiga para un potencial desarrollo de la bomba atómica.


En ese mundo de Cambridge, estaba un magnífico Newnham College lleno de mujeres brillantes que al graduarse sólo obtenían una diplomatura, y no una licenciatura como los varones. Y así fue hasta después de la guerra, hasta 1951. Las mujeres recibían una convalidación de menor nivel incluso haciendo los mismos exámenes.

Una cuestión central de la película es que Joan se introduce en el espionaje no porque tenga una ideología comunista, sino porque queda horrorizada con los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki y quiere asegurarse de que algo así no vuelva a repetirse. Sí todos los países disponen de los mismos secretos, piensa, el mundo será un lugar más seguro. Lo que también se muestra muy evidente es que la amenaza que ella suponía fue pasada por alto por tratarse de una mujer y es que las mujeres en aquella época ocupaban un segundo plano, no tenían importancia, eran ignoradas, lo cual en cierto modo impedía ver quién podía introducirse fácilmente en el espionaje.


Melita Norwood, la espía roja.

Los vecinos ya sospechaban que Melita Norwood, una venerable viuda que vivía sola en una modesta vivenda con jardín en Bexleyheath, un área residencial de clase media a unos 20 kilómetros del sudeste del Gran Londres, simpatizaba con el muy minoritario Partido Comunista Británico.

Melita era una mujer afable, algo excéntrica, de aspecto inofensivo. Sus simpatías comunistas sorprendían, pero no escandalizaban a nadie. Lo que en absoluto esperaban sus vecinos es que, la mañana del sábado 11 de septiembre de 1999, Norwood improvisase una rueda de prensa en el jardín de su casa para reconocer, por vez primera, que se había enrolado en la KGB en los años 30 y había sido espía soviética durante casi cuatro décadas.

Lo cierto es que no hubo consecuencias más allá del comprensible estupor de sus vecinos. El ministro de interior británico, el laborista Jack Straw, decidió no interrogarla ni iniciar trámites judiciales contra ella dada su avanzada edad y al hecho de que había trabajado para una potencia extranjera hóstil que ya no existe. La oposición conservadora insistió en que 40 años de continua traición a la patria no podían quedar impunes. Norwood estaba dispuesta a ir a la cárcel. Le parecía la culminación lógica de toda una vida dedicada a actividades clandestinas de alto riesgo. Pero nadie se molestó en perseguirla y murió en un hospital de Wolverhampton en junio de 2005. Sin llamar la atención. Como había vivido.

De padre letón y madre inglesa, Melita nació en 1912 en el condado de Dorset. Estudió Lógica y Latín en la Universidad de Southampton, se trasladó a Londres para trabajar de secretaria y se afilió a los 23 años al Partido Laborista Independiente, al que también pertenecía el escritor George Orwell, feroz detractor del comunismo en años posteriores. La primera gran causa que consguió entusiasmar a Norwood fue el apoyo a la España republicana, que ella consideraba el último baluarte continental contra el fascismo.

Con 25 años, fue reclutada por agentes de Stalin que se movían en círculos izquierdistas y académicos. Lo hizo, según confesó, para evitar la derrota de un sistema soviético que, pese a sus defectos, proporcionaba pan y trabajo a la gente corriente en el que había sido uno de los países más pobres de Europa.

A partir de 1937, su trabajo como administrativa en la sede de Londres de la Asociación Británica de Investigación de Metales No Ferrosos le dio acceso a documentos sobre el programa nuclear del Reino Unido. Melita los fotografió y los filtró a la Unión Soviética.

Los oficiales de la inteligencia británica se dieron cuenta ya en 1942 de que el programa nuclear de los soviéticos avanzaba al mismo ritmo que el de ellos, de lo que dedujeron que sus propios científicos estaban siendo espiados, pero nunca supieron cómo ni por quién. Del llamado círculo de espías de Woolich, del que Norwood formaba parte, todos fueron detenidos menos ella.

Percy Glading, líder del grupo, fue capturado en 1938 y cooperó con la justicia durante años. Acabó delatando a la mayoría de sus antiguos compañeros, pero nunca rebeló la identidad de Norwood. La razón tal vez fuese que Melita tenía un don natural para no llamar la atención. Además, es probable que los soviéticos, conscientes de lo eficaz que era su espía, mantuviesen su identidad en secreto incluso para el resto de agentes que tenían en territorio británico.

Melita se casó en 1935 con Hilary Nussbaum, hijo de emigrantes rusos, profesor de química en un instituto, afiliado al sindicato de Profesores y simpatizante comunista. Hilary no participaba en las actividades de espionaje de su esposa, pero las conocía y, a pesar de desaprobarlas por lo peligrosas que resultaban, nunca hizo nada para impedirlas. Juntos compraron la casa en ruinas de Bexleyheath, que sirvió primero como oficina improvisada de espionaje y luego, ya restaurada, como residencia de Norwood hasta su muerte. Nussbaum falleció en 1986, muy poco antes de que su esposa decidiese jubilarse como espía. Sus superiores en la Unión Soviética nunca se plantearon que sabía demasiado y que tal vez convenía eliminarla. Se limitaron a agradecerle los servicios prestados, desearle suerte y le otorgaron una pensión mensual de 20 libras. Pocos años después caía el muro de Berlín.

K6, la cabina roja.

Inglaterra. A partir de 1912 la Oficina General de Correos (OGC) empezó a hacerse cargo del servicio de telefonía del país, por lo que tenía colocados en las dependencias y oficinas postales los correspondientes teléfonos públicos y sus centralitas.

Para dar una mayor cobertura dentro de toda Gran Bretaña, en 1920, se decidió instalar un millar de quioscos (como son llamadas popularmente allí las cabinas) repartidos por un buen número de poblaciones del país. La mayoría de ellas en zonas rurales, donde el servicio de Correos no podía permitirse mantener abierta una oficina.

Estas primeras cabinas telefónicas, conocidas como K1 (quiosco 1), eran blancas y con la puerta y las ventanas pintadas en rojo, el color corporativo del servicio postal británico.

Este primer intento de instalar teléfonos públicos no fue bien recibido por los habitantes londinenses, que no dudaron en dejar claro su descontento con el diseño a las autoridades.

Tras las protestas, el servicio de correos británico, en colaboración con la comisión real de arte, decidió contactar con varios arquitectos para participar en un concurso restringido que acabó ganando Giles Gilbert Scott.

En la arquitectura de la época se avecinaba una batalla entre dos bandos: por un lado, los tradicionalistas que abogaban por seguir mirando hacia los referentes clásicos. En el otro lado, una nueva generación de arquitectos con ideas radicales influenciadas por la escuela Bauhaus querían transformar el paisaje urbano con un énfasis en lo funcional y lo práctico. Entre estas dos visiones enfrentadas, Scott era partidario de seguir una ruta más pragmática, 'La tercera vía', como él la llamaba.

La solución ganadora que proponía Scott se enmarcaba una vez más en esa combinación entre modernidad y tradición que él tanto defendía. El diseño exterior era lo suficientemente clásico para atraer a aquellos que desconfiaban de la tecnología. El interior, en cambio, incluía innovaciones tales como un sistema de ventilación que permitía circular el aire mediante perforaciones en la cúpula. Además, el cristal estaba dividido en pequeños paneles para ser reemplazado con rapidez en caso de rotura. Para el color de la estructura, Scott propuso pintar la parte exterior con un tono plateado y el interior con una mezcla de azul y verde. El servicio de correos, en cambio, insistió en el rojo. Había nacido el modelo K2.

El origen del diseño de Scott está en el cementerio Old St. Pancras, un cementerio en el norte de Londres. En este lugar descansan los restos del arquitecto John Soane junto a su mujer debajo de una estructura elaborada con una mezcla de mármol de Carrara y piedra de Portland. Fue aquí donde Giles Gilbert Scott tomó las formas de la tumba de Soane como inspiración para diseñar la icónica cabina telefónica... roja.

Varios modelos se crearon a partir del K2, variando entre el blanco de la primera y el rojo de la segunda, hasta que en 1935, y con motivo de la celebración del Jubileo en el vigesimoquinto aniversario de la coronación del rey George V, se le volvió a encargar la realización de un nuevo modelo y diseño a Sir Giles Gilbert Scott.

La nueva cabina fue bautizada como K6, convirtiéndose en la que más fama y popularidad ha alcanzado y de la que se realizaron miles de quioscos que fueron distribuidos por toda Gran Bretaña y algunas colonias pertenecientes a la Commonwealth. Cabe destacar que el monarca falleció el 20 de enero de 1936, sin llegar a verlos instalados.

En 1959, la OGC propuso a los arquitectos Misha Black, Neville Conder y Jack Howe el diseño de un nuevo quiosco. Después de considerar las propuestas, en 1962, se instalaron seis quioscos K7 experimentales diseñados por Neville Conder. El K7 estaba adelantado a su tiempo pues el empleo de aluminio y el uso extensivo de vidrio solo serían adoptados por British Telecom, el sucesor de la OGC, en la década de 1980. A pesar de esto, el K7 no fue más allá de prototipo.

Desconcertado por las fallas anteriores (solo el K6 podría llamarse justificadamente un quiosco 'nacional'), la OGC volvió a solicitar propuestas para un nuevo quiosco, esta vez a los arquitectos Neville Conder, Bruce Martin y Douglas Scott. Tal vez descorazonado por su experiencia con la OGC y el K7, Conder optó por no presentar diseños. De los diseños de Scott y Martin, la OGC optó por el de Martin. Si bien el diseño de Martin proponía nuevamente el aluminio, se optó por el hierro fundido, un material probado y confiable desde que fuera empleado por primera vez en el K2. El kiosco K8 se introdujo el 12 de julio de 1968 en Westminster, Londres.

El año siguiente marcó el principio del fin de las ocho variantes de quiosco de la OGC. En concreto, el 1 de octubre de 1969 la OGC pasó a convertirse en la Oficina de Correos. En 1981, la OC fue dividida en dos negocios separados: el servicio de correos y el de telecomunicaciones (British Telecommunications). Esto fue la antesala de la privatización de la parte de telecomunicaciones, que se completó el 12 de abril de 1984.

En un año, British Telecom anunció un plan de modernización de 160 millones de libras esterlinas para la red telefónica pública. Esto conllevaba la instalación de un nuevo y moderno quiosco e inevitablemente significaba la eliminación de un gran número de quioscos de la OGC. Alarmados por estos planes, ciudadanos y organizaciones intentaron salvaguardar los quioscos de la OGC apelando al English Heritage (el departamento gubernamental responsable de proteger el entorno histórico construido) y consiguiendo que los quioscos se clasificaran como Grado II: importante a nivel nacional y de especial interés. Un lote inicial de 2.000 quioscos significativos fueron listados y la protección legal se otorgó por primera vez a un quiosco en 1986, un K3 situado junto a la Casa de los Loros del Zoo de Londres.

El quiosco telefónico nació como objetivo de la Oficina General de Correos el mismo año que Melita Norwood. El rojo modelo K6 estaba listo para uso público para cuando Melita empezaba a estar lista como espía roja. Y la jubilación de Melita vino a coincidir con la de los quioscos de la OGC.

Vídeos

En la película se insinúa, en línea con una reciente tendencia a rehabilitar a Melita Norwood, que Red Joan tal vez salvó al mundo de una catástrofe con su contribución al programa nuclear soviético. Según esta línea de análisis, Estados Unidos se vio obligado a guardar su arsenal en el armario tras Hiroshima y Nagasaki al constatar que los rusos disponían de uno equivalente.

Tráiler

Para Judi Dench, Melita no fue una mercenaria porque no cobró ni un penique por sus servicios, no fue una traidora porque se mantuvo fiel a sus convicciones y no fue una sicaria porque nunca utilizó la violencia. Fue tan solo una mujer preocupada por la justicia social y guiada por un idealismo extremo que la llevó, siempre según Dench, a tomar muy cuestionables decisiones. Sophie Cookson tiene una opinión más matizada: "La película plantea hasta qué punto es legítimo hacer algo malo cuando persigues un fin que tú consideras bueno. Es una pregunta compleja para la que reconozco que no tengo respuesta".

Featurette: Destapando a Melita Norwood

Cuenta Judi Dench que al acudir al estreno de una película en la que participaba se encontró con un amigo actor. ‘¿Qué haces aquí?’, le preguntó. ‘Yo también salgo en la película', encontró por respuesta. Usa la anécdota para ilustrar la diferencia entre la camaradería de su amado teatro con la mayor impersonalidad del cine. "Cuando empecé a actuar solo quería hacer Shakespeare y en 1957 entré en el teatro Old Vic y cumplí mi sueño", dice la actriz. Recuerda que la primera vez que fue a un casting le espetaron que todo en su cara estaba mal: "Me levanté y dije que perfecto, porque no quería hacer películas". Pero llegaron: especialmente desde que James Ivory la redescubriera en Una habitación con vistas (1985). Dench era perfecta para todo tipo de dramas británicos e incluso alcanzó al gran público con su personaje de M en la saga James Bond. En San Sebastián presentó su último trabajo, La espía roja. "Es cierto lo que dicen del cine: menos es más. Si tienes la idea del pensamiento adecuado en la cabeza, la cámara lo va a percibir. La cámara es tan sensible que va a grabar lo que tienen tus ojos", explica sobre su oficio.

Días de cine - La espía roja

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